EYM entrevista a José Antonio de Yturriaga, exembajador de España en Moscú

-P: ¿Cómo ha evolucionado el papel de la diplomacia española en el mundo desde que ingresó en la Carrera Diplomática en 1965?

-R: Ha evolucionado bastante y no siempre para bien, especialmente desde el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando se produjo un giro copernicano en la política exterior española, hasta el punto de diluirse los objetivos básicos de la misma, magistralmente descritos en 1992 por el entonces ministro de Asuntos Exteriores Francisco Fernández Ordóñez: integración en Europa, vínculo atlántico, proyección iberoamericana y solidaridad mediterránea. ZP hizo que España perdiera peso en la UE, debilitó las relaciones con Estados Unidos y se distanció de la OTAN, disminuyó el prestigio de nuestro país en Iberoamérica al apoyar a las autocracias bolivarianas, y contemporizó con Marruecos en sus pretensiones sobre el Sáhara Occidental.

Esta tendencia ha sido continuada, e incluso incrementada, por el Gobierno de Pedro Sánchez, al contar con unos socios de Gobierno que discrepaban abiertamente de la tradicional política exterior española con respecto a la OTAN, Estados Unidos, el Magreb o el terrorismo. España ha perdido liderazgo y protagonismo en la UE, Sánchez ha sido repetidamente “esnobeado” por Biden -que lo ignoró en las consultas sobre Ucrania-, la “Marca España” cotiza a la baja en Iberoamérica por las dudosas relaciones con regímenes autocráticos como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua, el presidente -sin consultar con el Gobierno, las Cortes o la Oposición- se ha entregado a Marruecos y respaldado su reivindicación del antiguo Sáhara Español. España está ausente de Asia y está perdiendo terreno en África. Muestra de su escaso peso específico es que se haya visto excluida del Comunicado conjunto sobre el ataque terrorista de Hamas a Israel, que ha sido firmado por Alemania, Estados Unidos, Francia e Italia, con el agravante de que Sánchez ejerce en la actualidad la presidencia rotatoria del Consejo Europeo.

En relación con la diplomacia en general, ésta ha perdido autonomía y capacidad de decisión. De un lado, los altos dirigentes -jefes de Estado, presidentes del Gobierno, ministros y directores generales-se reúnen con frecuencia-especialmente en el ámbito de la Unión- y tratan directamente los asuntos políticos y económicos, sin necesidad de que medien los diplomáticos, que se convierten en meros soportes logísticos de los políticos. De otro, el extraordinario desarrollo de las comunicaciones y de las nuevas tecnologías facilitan que los diplomáticos puedan contactar en todo momento con el Ministerio de Asuntos Exteriores para recabar instrucciones de sus superiores, lo que reduce su capacidad de acción. Hace unos años estaba de vacaciones en el Delta del Ebro, en un parque natural donde solo había un teléfono público y, cuando el Ministerio requirió con urgencia mis servicios para cumplir una misión en Canadá, tuvieron que mandar una pareja de la Guardia Civil para localizarme. Ahora, los diplomáticos pueden ser localizados en cualquier momento del día o de la noche y ellos, a su vez, pueden contactar con el oficial de guardia en la dirección de Cifra.

-P:¿Puede compartir alguna experiencia que haya dejado una profunda impresión en tu carrera diplomática?

-R: Por supuesto. Voy a mencionar dos experiencias en los ámbitos diplomático y consular. Puede vivir en Portugal el cambio de régimen y el triunfo el Gobierno de los capitanes tras la revolución de los claveles y ver Lisboa se convertida hoy en la capital de los movimientos subversivos internacionales. La condena a muerte y ulterior ejecución de unos terroristas de ETA y del FRAP provocó una oleada generalizada de críticas contra el Gobierno de Franco, que tuvo especial incidencia violenta en el pacífico Portugal. Recibimos amenazas de bomba -en el consulado de Oporto explotó una- , y fuimos testigos de una impresionante manifestación contra España, liderada por comandos encapuchados pertenecientes a estos movimientos y, a medida que aumentaba la presión, disminuía la protección policial a nuestras instalaciones.

Acompañé al embajador Poch a una visita con el ministro de Asuntos Exteriores, Mario Ruivo -a quien conocía personalmente de su época como funcionario de la FAO-, el cual nos aseguró que las fuerzas de seguridad y el Ejército protegerían nuestras sedes. El problema fue que al día siguiente cayó el Gobierno y se produjo una situación de vacío de poder, aprovechada por los revolucionarios para asaltar la embajada, el consulado ya la residencia del embajador, sin que nadie interviniera para defenderlas. A mí me encargó el embajador que siguiera las emisiones de radio y de TV, y grabé la retransmisión de Radio Club Portugués del asalto y destrucción del interior de la residencia como si se tratara de un partido de fútbol, así como las fúnebres amenazas de muerte en la TV oficial contra los fascistas españoles. Estábamos reunidos la mañana siguiente -esa noche la pasamos en claro- los miembros de la embajada a la espera de recibir instrucciones del Gobierno -que decidió la evacuación del personal de la Embajada, a cuyos efectos envió una avión especial-, cuando llamaron a la puerta y un funcionario El Ministerio de Negocios Extranjeros nos entregó una nota verbal por la que el Gobierno portugués aceptaba la la responsabilidad por los ataques producidos. Era la primera vez en la historia de la diplomacia en la que un Estado asumía la responsabilidad por la comisión de actos ilícitos, antes de que el Estado agraviado hubiera tenido tiempo de presentar una protesta. Por cierto que los controladores del aeropuerto tuvieron bloqueado durante dos horas el avión con todo el personal y sus familias dentro , y para mí fue uno de los momentos más angustiosos de mi vida, porque sabía que había un comando etarra dispuesto a todo y estábamos encerrados en una trampa mortal y sin poder hacer nada.

La función consular presenta un aspecto más humano y proporciona motivos de

satisfacción a corto plazo. Cuando estuve de cónsul en Düsseldorf a finales de los años 60, había en Renania unos 80;000 españoles, la mayoría de los cuales estaba en una situación precaria y el consulado tenía que ayudarlos en los ámbitos administrativos, jurídicos e incluso anímicos. La Iglesia española mandó capellanes para asistirlos, pero al Gobierno se olvidó de firmar un convenio con las autoridades alemanas para regular su situación. Los matrimonios que autorizaban se inscribían en el consulado y surtían efectos en España, pero eran considerados inválidos en Alemania. Muchos trabajadores, con familias en España se casaban por lo civil con alemanas y se convertían en bígamos. Hubo el caso de uno, casado y con hijos, que abandonó a su familia y se casó con una alemana, con la que tuvo otros hijos, a los que también abandonó y pongo una tercera familia. Las autoridades locales instaban al consulado a que pidiera a la empresa en que trabajaba el Don Juan que retuviera una parte de su salario para pagar la pensión a unos hijos que eran ilegítimos para España, y el consulado, a su vez, solicitaba a las autoridades alemanas que hicieran lo propio en relación con unos hijos que eran ilegítimos para Alemania. El caso llegó hasta el Tribunal Supremo alemán.

En otra ocasión, me llamo un compatriota para decirme que estaba desesperado y se quería suicidar. Durante semanas estuve llamándole todos los días para tratar de disuadirlo y al final lo conseguí, lo que fue una gran satisfacción para mí. Como ha observado poéticamente el embajador Manuel Benavides, la labor del cónsul es callada, se compone de mil pequeñas cosas, resulta bastante anónima, no transciende, pero -cuando revisa su día- se acuerda de esos compatriotas que entraron en su despacho con problemas, agobiados, y que -tras escucharlos con bondad, con respeto y con paciencia- salieron de nuevo a la calle con una gran sonrisa, al darse cuenta de que, al cabo de unos días inciertos, el cielo era de nuevo azul,

-P: ¿Debe Europa conseguir la “autonomía estratégica” que defiende Macron? o ¿debemos reforzar el atlantismo?

-R: Debería tratar de conseguir las dos cosas, pues no son incompatibles, sino complementarias. La defensa y seguridad de Europa es competencia primordial de la OTAN, cuya acción se extiende más allá de los límites europeos y que es la única que cuenta con los medios adecuados para salvaguardarlas, pero la Alianza tiene unos horizontes más amplios y sus prioridades no siempre coinciden con las de los países miembros de la UE. De ahí que la Unión debiera dotarse de la mayor autonomía estratégica posible para hacer frente a los desafíos que, por tener un alcance meramente europeo, no interesan en demasía a otros Estados miembros, especialmente al “patrón” Estados Unidos, líder indiscutible de la Organización. El problema es que la defensa resulta muy cara y no todos están dispuestos a invertir en ella, porque les resulta más rentable que el primo de Zumosol les saque las castañas del fuego sin apenas coste.

Los Estados miembros de la OTAN que aun no da lo hayan hecho deberían cumplir el compromiso asumido en la Alianza de dedicar a los gastos de defensa al menos un 2% de su PIB. Convendría contar con un contingente de acción rápida que pudiera intervenir con presteza cuando surjan conflictos dentro de la Unión.

También deberían colaborar más entre sí y evitar duplicidades innecesarias, especialmente en el tema de la producción y compra de armamento. En cualquier caso, debe ser consciente de sus insuficiencias, pues para realizar cualquier intervención armada por su cuenta necesitará el respaldo de la OTAN.

-P: ¿Puede Putin mantener el pulso a Occidente en el largo plazo?

-R: En principio no, porque -como se ha demostrado con el fiasco de su invasión de Ucrania- no es tan fiero el león como lo pintan y su impresionante Ejército ha mostrado enormes lagunas e insuficiencias. El gran problema es que Rusia es una de las dos principales potencias nucleares y no se sabe si un líder mesiánico como Putin sería capaz de pulsar el botón rojo, en el caso de que se hallara contra las cuerdas en una guerra convencional. No es probable, pero si es posible.

Putin es un iluminado que se cree una reencarnación de Pedro el Grande y que su misión es la de reconstruir, no ya la Unión Soviética, sino el Imperio de los zares. Por eso, no puede aceptar que Ucrania -y otros Estados de su entorno inmediato que formaron parte de la URSS- sean Estados independientes y soberanos. Putin, que es una persona inteligente aunque excesivamente pagado de sí mismo, es consciente de las debilidades de sus fuerzas armadas y de que el recurso a las armas nucleares -aunque solo fueran tácticas- provocaría la III Guerra Mundial con consecuencias catastróficas para todos. Ante la impotencia de su Ejército frente a un enemigo muy inferior, ha optado por una guerra larga de desgaste, con la esperanza de que algunos Estados occidentales acusen la fatiga y decidan, más pronto que tarde, reducir -e incluso suprimir su ayuda militar y económica a Ucrania.

-P: ¿Cuáles son los desafíos más importantes que enfrenta la diplomacia en el siglo XXI?

-R: Son numerosos. La actitud autocrática y agresiva de Putin, la invasión de Ucrania por Rusia y su posible extensión a otros estados limítrofes, el intento de alterar la estructura de la paz y seguridad en Europa establecida en el Acta de Helsinki, y la amenaza rusa de recurrir a las armas nucleares; el extraordinario desarrollo económico de China mediante la vulneración de las normas del mercado, su expansionismo político en los mares del sur, su amenaza a Formosa, y la creciente penetración económica y política en África y en Latinoamérica; el debilitamiento y pérdida de peso político de la UE; el fracaso de la ONU como garante de la paz mundial; el auge de los nacionalismos, de los populismos y del yihadismo; la pérdida de liderazgo de Estados Unidos y el riesgo de una nueva presidencia de Donald Trump; y el calentamiento global y la serie de catástrofes que está provocando.

-P: ¿Cuáles son las habilidades más importante que un diplomático debe tener en la actualidad?

-R: Los diplomáticos tienen mala prensa desde la famosa “boutade” de sir Henry Wotton, pronunciada en 1604, de que un embajador es “una persona honrada enviada el extranjero para mentir en nombre de su país”. Además de su formación integral en todos los ámbitos –histórico político, cultural, jurídico y económico-, el diplomático debe practicar las virtudes de la responsabilidad, la disciplina, la lealtad al Estado que representa, la discreción, la prudencia y la disponibilidad para el servicio permanente. En un mundo cada vez más globalizado y tecnificado, debe especializarse en alguna de las funciones diplomáticas, sin descuidar las demás. Si aspira a ser en su día un buen embajador, capaz de coordinar las múltiples funciones de una Misión, debería desempeñar a lo largo de su carrera puestos culturales, económicos y consulares.

-P: ¿Qué consejos tienes para los jóvenes españoles que aspiran a una carrera en diplomacia?

-R: La carrera diplomática -incluida la consular que es tan importante o más que aquélla- es muy atractiva, porque ofrece oportunidad para desarrollar una personalidad internacional -viajes, conocimiento de países y de personas, intercambios culturales, conocimiento de lenguas…-, pero -por encima de su brillantez- no hay que olvidar que es una profesión muy dura y sufrida, por lo que solo podrá ser soportada por quienes tengan una auténtica vocación. Como el médico o el sacerdote, el diplomático ha de estar de servicio permanente, y no puede limitar su actividad a las las horas de oficina. Tiene que llevar consigo en sus múltiples singladuras a su familia, lo que provoca un cierto desarraigo y una considerable dificultad para de la educación de los hijos a partir de una cierta edad. Su privilegiado status social de antaño ha disminuido y no está excesivamente bien pagado, especialmente durante sus destinos en Madrid. Tiene, sin embargo, una grandeza inconmensurable, cual es la de servir a su nación. Como concluyó el embajador Mariano Ucelay, “por debajo del Rey, ningún título de rango o función puede compararse al de embajador, y ninguno tan magníficamente escueto, tan breve y tan alto de referencia: de España”